EDITOR: MIGUEL GRINBERG


ENTREVISTA (click acá)

23 de mayo de 2009

PEDRO Y PABLO: "Nuestra bandera era la canción"




Miguel Cantilo y Jorge Durietz se reunieron para tocar en vivo una flamante reedición con 9 bonus tracks de su debut, "Yo vivo en una ciudad" (70). Aquí repasan una época de idealismos, y anécdotas de "conchetos" desclasados por el rock.

El pelirrojo sol crepuscular. Como "una ventana perdida entre los edificios", Yo vivo en esta ciudad de Pedro y Pablo, editado el 13/ 10/ 70, es el mejor reflejo del atardecer porteño que se haya hecho disco. El dúo en la tapa contra algún crepúsculo rioplatense, el texto de la contra, La Quimera del confort y su sol "tinto de cal", la recién hoy editada Caen la tarde y los hombres donde "se cae el ocaso paso tras paso" dejando un maullido de acordeón... Todo desemboca en la moraleja que resume un título: Vivimos, paremos. "Tener veinte años es¿ demorarse en una plaza contemplando chiquitos de inmenso flequillo, con el sol atrapado entre los dedos¿", leemos en la contratapa. Demorarse: es otro reloj este "city zen" que ofrecen Miguel Cantilo (Pedro) y Jorge Durietz (Pablo). Otro tiempo, el del crepúsculo que propone una contemplación urbana, ésa que también Almendra exponía en A estos hombres tristes o Figuración. La epifanía en el repertorio monótono de la rutina. La iluminación en un mundo gris. Es decir, el mundo del "hombre masa", anónimo, que recorre Florida ciegamente, sin saber que es fotografiado para ilustrar un álbum fundamental del pop nacional.

Pedro y Pablo vuelven a reunirse para tocar después de casi una década de distancia con respecto a la última resurrección, porque su debut es relanzado con inéditos. Otra vez atardece. Otra vez es el mismo bar de Paraguay y Montevideo, aquél donde unos veinteañeros Cantilo y Durietz venían por café y medialunas, mientras grababan cerca aquella obra en los estudios de la discográfica CBS. Pero ahora la redecoración es tan "menemista" como la de La Paz. Y esta caída de sol hirviente, a fines de mayo, le hace preguntarse a un Durietz maduro: "¿Me podés decir de qué época del año es esta temperatura?". Y ahí nomás esboza un balance ideológico sobre su generación: "Se ha desdibujado todo. Estaba pensando que nuestra generación tenía las cosas más claras, como blancas y negras, la derecha y la izquierda, el invierno y el verano. Ahora todo es más indefinido; no sabés cuál puede ser el enemigo real tuyo, del pueblo. Eso es peor. Por eso la juventud de hoy se refugia en blogs, sale al éter, al ciberespacio, en vez de meterse con la calle".

En el disco se los nota con una arrogancia juvenil capaz de advertirles a los otros ("¡Guarda con la rutina!") y de aconsejarles ("Sólo cambiando tu mente"). A la distancia suena un poco a mesianismo ingenuo, a una vanguardia generacional que no logró imponer su "nueva sensibilidad".



M.C.: El estilo venía de Dylan; eso de hablar con el otro de igual a igual. Me gustaba mucho el análisis sociológico que hacía Sabato. Era una cosa del estudiante medio de entonces, que estaba buscando una sociedad más justa. Pero no militábamos en la izquierda, y nos lo recriminaban muchos.

J.D.: La bandera era la canción.

M.C.: Lo que decíamos era que el cambio era mental, pero no político. Pensar que la política puede cambiar este desastre es ingenuo. Es tan fuerte la maquinaria que queríamos destruir en los '60, que lo seguiremos intenando hasta el fin de nuestros días. Muchos que nos escucharon no han renunciado a esa lucha, que se volvió más personal, más íntima.

La historia de Pedro y Pablo arranca en 1967, por la zona del Hospital militar en Belgrano. Cantilo y Durietz habían compartido a una "señorita Beba" en primer grado, pero, ahora a los 17, iban a secundarios religiosos distintos (uno, al San Agustín; el otro, al Esquiú). Separadas sendas bandas -The Bad Boys y The Wise Guys-, formaron con Guillermo Cerviño (hoy fuera de la música) el trío Los Cronopios, que denunciaba, en su cita a Cortázar, que Cantilo cursaba letras.

En los primeros meses de 1969 se tomaron unas vacaciones en Punta del Este, a puro fogón de playa "bien". El repertorio a base de covers de Los Beatles y temas propios contaba con arreglos vocales tan impecables que los contrataron para tocar en un café concert local, adonde el cantante Horacio Molina los escuchó y los recomendó en CBS. Ya dúo, tras firmar un contrato, se encerraron a buscar un "nombre masivo", de nombres propios, algo en boga -tipo Peter, Paul & Mary o Barbara & Dick-, pero que no sonara tan de coiffeurs como Miguel y Jorge. Para algo sirvieron tanta educación religiosa y Los Picapiedras.

El de ustedes parece un mundo paralelo al bajo Belgrano almendriano y al mítico círculo bohemio de La Cueva.

M.C.: Es que éramos "caqueros".

J.D.: Y sí, usábamos zapatos marca Guido. Es lo que hoy se llama "conchetos": los domingos, ibas a ver rugby con una chica que habías conocido en una fiesta del círculo de colegios privados.

Qué paradoja. Identificaban a los marginados (el ciruja, "el chico de arrabal") en sus canciones, y hasta se identificaban con la idea de ser marginal ("Voy por el camino que no sigue nadie")...

M.C.: Yo venía de un hogar de clase media profesional, bastante gorila. Pero el rock me fue desclasando. Imaginate lo que eran esos años: el Mayo '68, los hippies, la guerrilla... Te estallaba la cabeza. Querías dejar lo que hacías por mandato familiar. Para algún lado disparabas. Después de que conocimos a La Cofradía de la Flor Solar (la banda de Rocambole y Kubero Díaz), yo me voy a vivir a una comunidad de El Bolsón. Muchos compañeros del secundario fueron a parar a la militancia. Y, bueno, murieron.

"Me encontraba profundamente insatisfecho con mi personaje de entertainer protestón de una sociedad hipócrita", confesás, Miguel, en tu libro "¡Chau, loco!". ¿El éxito de "La marcha de la bronca" los desgastó ideológicamente?

M.C.: Se vendieron 80.000 discos en medio del onganiato, y empezamos a aparecer en revista Gente haciendo la V con jubilados, en el programa Sótano Beat. Y hacíamos cuatro shows por noche en clubes y confiterías, donde tocaban todos, de Sandro a Julio Sosa y disfrutaban la mamá y su hija. Pero hubo un hecho puntual...

J.D.: La pelea con CBS empezó cuando frenaron la salida del simple de Catalina, bahía porque era considerada pornográfica. Había presión de los milicos, de arriba, y el segundo disco no podía salir.

M.C.: Pueblo nuestro que estás en la tierra se prohibió inmediatamente. El cura que cerraba la transmisión de la tele, y hacía "reflexionar" a la gente antes de dormir, habló pestes del tema. Así de grande era nuestra repercusión. Y la censura. En CBS nos devolvieron el contrato y pasamos a un sello más chico, Trova. Ahí grababa la gente que conocíamos antes del éxito, que tocaba en La Fusa.

¿No eran muy chicos para ese mundo?

Y sí, éramos los pinches que rompíamos el hielo antes de que subieran Nacha, Jorge Schussheim o Carlos Perciavalle.

¿Nunca se cansan de volver a ponerse el traje de Pedro y Pablo?

M.C.: No abusamos. Lo dejamos colgado en el ropero y lo usamos una vez por década.

J.D.: Pero, ¿cómo me voy a cansar si es el mejor traje de fiesta que tuve en mi vida?

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